Recortar y solo recortar

(Article publicat ahir a “La Comarca” d’Alcanyís)

                                                                         José Miguel Gràcia

Palabras y frases como: ajuste, recorte de gastos, austeridad, déficit cero, la buena administración es el ahorro, hay que cortar el despilfarro, hemos gastado lo que no teníamos, hay que reducir el gasto público, si no hubiésemos gastado tanto no estaríamos donde estamos, y así hasta el infinito; se van repitiendo en todo momento y en todo lugar. Resumiendo: ha sido el gasto público el motivo de la crisis y su reducción será la medicina de la misma. Con el recorte de gastos se conseguirá la reducción del déficit y después vendrá el crecimiento económico, y por supuesto, la reducción del paro. Mayor simplificación y mayor estupidez no se pueden dar juntas. Perdone el lector, la estupidez todavía puede ser mayor cuando la ciudadanía llega a creérselo.

El primer craso error del razonamiento descrito es la no distinción entre gasto e inversión. Estoy completamente de acuerdo en que los gastos corrientes de un estado, de un municipio o de cualquier institución deberían cubrirse obviamente con ingresos corrientes. En cuanto a la inversión en ningún tratado serio de economía se indica que acudir al endeudamiento sea una mala opción en tiempos de normal evolución económica. Los beneficios que habrán de producir las inversiones en los años futuros servirán en su conjunto para hacer frente a las devoluciones de la deuda. Por lo tanto, cuando oigo decir sin más lo malo que es dejar a nuestros descendientes un país endeudado, no puedo  menos que reaccionar indignadamente.

Soy consciente también que ante una situación anómala como la actual, con una brutal especulación por parte de los mercados financieros, no se pueden soportar déficits como los que íbamos generando en nuestro país y en otros muchos más. Poco se habla al respecto, pero hay dos caminos para reducir el déficit público: gastar menos o ingresar más. Cualquier recorte, y si es drástico mucho más, genera paro directamente o deprime la demanda que a la vez se traducirá en paro. Si se recortan las inversiones —obras públicas, enseñanza o investigación— se hipoteca el futuro del país. Por lo tanto en una situación como la actual, los gestores públicos han de actuar sobre los ingresos especialmente, ya que los recortes de gastos han de ser una medida quirúrgica puntual y han de centrarse exclusivamente en lo superfluo. Ello quiere decir que han de dedicar los máximos esfuerzos a reducir el fraude fiscal en todos los niveles y habrán de aumentar los impuestos directos (IRPF) a través de la progresividad. Por supuesto que hay que retocar también al alza los impuestos indirectos, el del patrimonio, el de trasmisiones patrimoniales y, sobre todo, aquellos que castiguen el consumo de energía y las actividades y artículos de lujo. Habría que plantearse también algunas tasas o copagos que desincentivasen los abusos en los servicios públicos. Desde hace una veintena de años, los impuestos no han dejado de bajar en España. La burbuja inmobiliaria los proveía aparentemente.

En estos momentos, gracias al despertar de las  exportaciones y al incremento del turismo, España puede mantenerse mal que bien.

Sin dinero en las manos de los ciudadanos no hay consumo. Sin consumo no hay crecimiento. Sin crecimiento hay paro. Sin impuestos o con muy pocos no hay Estado. Sin impuestos directos decididamente progresivos e indirectos racionales, pero importantes, no hay Estado del Bienestar.  La tendencia al Estado del Bienestar, contrariamente a lo que se dice, es también una de las claves para alcanzar grandes tasas de empleo. Incentivar fiscalmente la creación de empleo si disminuye el consumo, sirve de bien poco.

Y una cosa más, las inversiones públicas no han de ser únicamente decisiones políticas, sino que han de responder a una estrategia basada en sus correspondientes estudios de rentabilidad. Antes de pedir una carretera hay que justificar su construcción.