(Article publicat a “La Comarca” d’Alcanyís)
El triunfo del BREXIT en Gran Bretaña pilló a contrapié a la UE, a la City y a una gran parte de la ciudadanía europea y del mundo occidental. El pueblo se expresó en forma democrática y dijo lo que pensaba. Las encuestas se equivocaron una vez más. Se podrá argüir que la salida de la Gran Bretaña de la UE va a significar un grave problema para los habitantes del Reino Unido y para todos los ciudadanos del resto de la UE, y puede ser cierto, al menos a corto plazo. De todas maneras, estoy seguro que se encontrará una solución práctica en bien de todos. Aquellos que predican: hay que echar cuanto antes a los ingleses de Europa, que carguen con las consecuencias, hay que levantar barreras arancelarias para dificultar sus exportaciones y otras lindezas, no se dan cuenta que sus reacciones equivalen a escupir hacia el cielo.
Se responsabiliza a Cameron de haber transferido su responsabilidad a los ciudadanos al haber convocado el referéndum, por cierto, que así figuraba en su programa electoral. Se podrá estar en las antípodas del ideario político de Cameron, pero lo que no se puede criticar es su radical comportamiento democrático al dar voz a sus ciudadanos: acordó el referéndum con el partido independentista escocés y lo ganó, convocó el referéndum sobre el BREXIT y lo perdió, y como consecuencia deja el cargo de Primer Ministro. Lo mismo que sucede en este país llamado España ¿no? ¿Por qué, en vez de rasgarnos las vestiduras ante las “plagas” que caerán sobre el pueblo británico, no nos preguntamos por los motivos de las clases medias y trabajadoras del Reino Unido para votar la salida de la UE? ¿Mejor aún, por qué no preguntárselo a ellos? ¿Y si nos respondiesen que no saben para qué sirve la UE, que en Bruselas hay miles de funcionarios, que no han elegido a los presidentes de la Comisión Europea ni del Consejo, que su poder adquisitivo disminuye año tras año y que tienen miedo a perder su cultura y sus puestos de trabajo? Harto trabajo nos costaría explicárselo coherentemente. Los partidos populistas y ultraderechistas aprovechan muy bien estas cuestiones para explicarlas a su manera. Ése es el gran peligro.
La UE no está pasando un buen momento, lo sabemos todos. Ahora es Gran Bretaña, pero mañana pueden ser otros países. Lo que sí es seguro que la medicina para atajar la desafección creciente no resultará de la propagación del miedo a dar la palabra a los ciudadanos. Sólo con más democracia y algunas cosas más, claro, se podrá restablecer el proyecto de identidad europeo.
Y si nos fijamos en la calidad de la democracia española, empezando por sus dirigentes, de ejemplos que la ponen en duda tenemos un montón. Sin ir más lejos, Rajoy ha dicho que si Gran Bretaña se marcha, Escocia ha de hacer lo mismo, ni tan solo quiere escuchar la voz de los escoceses. Tanto Rajoy como Pedro Sánchez y muchos más, prestos salieron despotricando contra el referéndum de Cameron. Lo que no puedan arreglar los políticos cómo lo van a arreglar los ciudadanos…, han dicho. ¡Que mal ejemplo el de Gran Bretaña! ¡Fíjense si otros países hicieran lo mismo, dando la voz a sus ciudadanos! ¡Dónde íbamos a parar! ¿Y ahora muy seriamente, por qué habrían de sentirse mal los ingleses, galeses u otros ciudadanos dentro de la UE, si ésta funcionase como es debido? La afección no la proporcionan, ni el miedo ni la escasez democrática.
Tenemos un ejemplo español clarísimo que me vienen como anillo al dedo de lo que he dicho: el proceso catalán. ¿Cuántas veces han escuchado, fuera de Cataluña, preguntarse por las causas de la desafección catalana? ¿Realmente hay disposición para aceptar sus diferencias? ¿Cuántos españoles admiten que han de ser los catalanes los que decidan su futuro? ¿Por qué la integridad española ha de ser un bien supremo que esté por encima de la voluntad de una parte que se siente diferente? Solamente en el ejercicio de la democracia encontraremos la solución. ¿Voy muy equivocado si pienso que una buena parte de los españoles que han retirado el voto a Podemos han sopesado la promesa electoral –un tanto volátil, por cierto– de aceptar un referéndum para Catalunya, tal como este partido prometía? Díganme que soy malpensado, pero ¿no habrá tenido alguna influencia en la pérdida de votos de Ciudadanos el hecho de que en sus carteles electorales lucía “un presidente catalán para España” a pesar de su concepción unitaria de la nación española? De hecho este eslogan solo lo utilizaron en Cataluña. En el amplio cajón de la democracia no caben tampoco los comportamientos de los votantes que se olvidan de la corrupción, de las promesas electorales incumplidas y de las prácticas tan frecuentes que interfieren la separación de poderes.
Hace unos días, la editorial del periódico digital VilaWeb de Vicent Partal recordaba las palabras de Indro Montanelli “para que una democracia funcione hay una cosa más importante que las elecciones libres y la separación de poderes: es necesario que el país tenga demócratas. Estas palabras me incitaron a escribir este artículo. Si los referendos los carga el diablo, su denostación no la cargan precisamente los verdaderos demócratas.
José Miguel Gràcia
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