(Article que publica avui el “Diario de Teruel” a la secció d’opinió)
“José Miguel Gràcia*
Los ciudadanos se alegraron cuando se redujeron en un punto o dos todos los tramos del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas. Los ciudadanos se alegraron cuando se redujo el Impuesto de Sociedades. También se alegraron los ciudadanos cuando desapareció el Impuesto sobre el Patrimonio. Y tal vez se alegraron mucho más cuando las diferentes autonomías redujeron el Impuesto sobre Sucesiones. Hasta los socialistas dijeron que reducir los impuestos era de izquierdas. El discurso del centro derecha o de la pura derecha —en España hay más de lo que a simple vista parece— siempre se ha centrado en la reducción de los impuestos, cualquiera de ellos, considerando toda acción en este sentido como fundamental para el crecimiento económico, el cual, dicen, producirá más ingresos al Estado. La comprobación de este hecho se da por supuesta.
En general, el españolito piensa que cuando dejan de salir de su bolsillo cien euros porque algún impuesto se reduce, es bueno para él y para todo el país. ¡Quién va a pensar en lo que dejarán de pagar los miles de ciudadanos con mayor disponibilidad de renta! ¿Cuantos millones dejarán de ingresarse en las arcas públicas con tales reducciones de impuestos? Miren —dirá el españolito medio—, lo importante es que yo tengo cien euros más en el bolsillo.
Tiempos pasados eran tiempos de euforia desarrollista, de burbuja inmobiliaria, de beneficios fáciles, de especulación financiera, de endeudamiento creciente sin importar el plazo, de creencia en el crecimiento económico hacia el infinito y de libertad absoluta de movimientos de capital. Con la mayor de las modestias, ¡cuantas veces no habré escrito en este periódico y en otros medios, sobre el predecible e irremediable estallido de la burbuja inmobiliaria! También lo dijeron otros, es bien cierto, pero no demasiados. Permítaseme la inmodestia si digo que fuimos pocos. Por ejemplo, los bancos y las cajas ni lo dijeron ni lo pensaron. La prueba de lo que afirmo la tenemos en el descabellado proceso de concesión de créditos hipotecarios. Era la panacea de sus negocios. El riesgo era cero, pensaban. Miren como están ahora algunas cajas por tal comportamiento. Las cosas no serán como antes de la crisis y los déficits públicos permanentes y abultados no pueden ser la solución.
Qué le voy a explicar al lector sobre la economía familiar, su economía: hay unas entradas de dinero por sueldos, rentas y otros conceptos, y unas salidas para gastos de consumo de todo tipo y compras de bienes. Si las entradas son superiores a las salidas se verán incrementadas las cuentas de ahorro, en caso contrario, la diferencia negativa habrá que cubrirla con algún crédito o hipoteca. Lo mismo sucede en la caja del Estado.
Ahora bien, lo que las economías domésticas no registran monetariamente son todos los servicios que presta el Estado central y las autonomías, o las inversiones públicas que realizan. Basta con que nos fijemos en la enseñanza, la sanidad, las pensiones, la protección social, las inversiones en carreteras y la justicia para hacernos una idea respecto al volumen de dinero que las unidades familiares deberían desembolsar para hacer frente a estas necesidades, caso de no estar cubiertas por los presupuestos públicos.
Son la base de la sociedad democrática del bienestar, de la igualdad de posibilidades. ¿Y cómo se paga todo esto?: con los impuestos directos o indirectos. La progresividad se impone para los primeros y una buena dosificación para los segundos.
Si el Estado reduce gastos a la brava o cualquiera de los impuestos, las posibilidades de deterioro de los servicios públicos aumentan en progresión geométrica. Otra cosa es racionalizar el gasto, exigir resultados a los funcionarios y gestores públicos, evitar despilfarros, reducir el fraude fiscal, etc., etc.
Supongo que alguna o mucha relación deberá existir entre presión fiscal y estado del bienestar. Comparen el nivel de vida y bienestar del grupo de países que quieran, con sus sistemas impositivos: no encontraran ningún país con una presión fiscal baja y un buen nivel de vida. Dicho de otra forma, a mayor presión fiscal, mayor nivel de vida, más justicia social y mayor igualdad de oportunidades. En la situación en que nos encontramos, solo nos queda esperar nuevas subidas de impuestos o el deterioro de los servicios públicos. Se hará la reforma laboral, es decir, se aumentarán las facilidades de despido, mientras tanto nadie habla de la reforma empresarial, ni de la reforma financiera y fiscal. Me temo que las forzadas medidas para salir de la crisis actual, impuestas por los “mercados”, sean las semillas que estemos plantando para la próxima crisis.
*Economista
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