
Foto del blog d’en Pep
(Publicat avui a “La Comarca” d’Alcanyís/Tribuna Abierta)
José Miguel Gràcia
¿Se imaginan, de cara al futuro, una España y una Cataluña unidas formando un todo compacto bajo el mandato de la Constitución y las leyes que todos los españoles “nos dimos” allá por el año 1978? Algunos me corregirán diciendo, “se dieron” y tendrán razón. Un país grande y potente como “siempre lo fue”. El valor supremo de la unidad por encima de los egoísmos nacionalistas, de los sueños engañosos e irrealizables y de la quebradura ciudadana. Me bulle en la cabeza aquello de “por encima de la lucha de clases”, pero creo que me desviaría del tema si así lo proclamase. Es la Constitución y son las leyes los instrumentos necesarios para conseguir la unidad. Ante tales poderosos instrumentos para qué darle importancia a la liviandad de actitudes tales como la seducción, la comprensión y la empatía. Un problema que puede ser resuelto mediante la aplicación directa de la ley, para que complicarnos la vida intentando encontrar soluciones políticas, siempre más arbitrarias y costosas. ¿Habrán captado la ironía, verdad? ¿O tal vez no hay ironía en mis palabras? Me pregunto y seguro que el lector se preguntará también, hasta dónde puede llegar el placer de convivir con alguien o con muchos que se sienten a disgusto perteneciendo a un determinado país, y que lo hacen solamente por obligación. Y para rematar la faena se les puede decir que cualquier otro camino conduce irremediablemente a un “cul de sac”. ¿Para estos, las leyes y principios que han de acatar son expresión de libertad y de democracia? Me refiero, claro está a los que desean tener casa propia.
También puede imaginarse el lector una España sin Cataluña, libre de problemas de identidad, dado el sentimiento patriótico coincidente de sus provincias, agrupadas en comunidades. ¡Qué cantidad de recursos económicos, políticos y sociales no se ahorrarían sin esa gran piedra en el zapato que es Cataluña! El tiempo dedicado inútilmente a su integración en España se podría dedicar a fortalecer los valores de la justicia, de la libertad y de la solidaridad de todos los españoles. Ya sé que algunos pensarán en la pérdida económica que representaría la falta de aportación de Cataluña a las arcas españolas. ¡Ojo! No avancemos resultados. El certísimo déficit fiscal que se produciría bien podría compensarse con un replanteamiento total del Estado español, unos grandes cambios obligados por las circunstancias. ¿Por qué mantener a ultranza “el Madrid km. cero” de todo? De una vez por todas se pondría sobre la mesa el inútil, caro y trasnochado centralismo. Instituciones del Estado y estructuras ministeriales tan obsoletas como innecesarias, duplicidades de funcionarios, el sempiterno fraude fiscal, subvenciones incoherentes, unos gastos en diplomacia inútiles, inversiones en comunicaciones irracionales, etc. etc., serían el granero de miles de millones que bien podrían compensar con creces la pérdida de la aportación catalana actual. Me adelanto a la observación del lector: ¿por qué habrían de hacerse tantas reformas si hasta el momento no se han hecho? Mi respuesta es: la obligación mandaría y a grandes males grandes remedios. ¡Qué gran oportunidad para hacer los grandes cambios tan necesarios!
Dado que trato de imaginar mucho, induciendo al lector a que lo haga, podemos imaginar también la Cataluña separada de España, ilusionada hasta la médula, con nuevas estructuras de Estado, construidas en base a la modernidad y sin cargas ni rémoras que la historia va creando sutil, pero constantemente. No dudo que los recursos económicos empleados en el nuevo Estado catalán serían más productivos, porque mejorar lo que se está haciendo ahora no es una tarea demasiado difícil. Por ejemplo la reducción del paro se haría patente en breve plazo. Desde aquí y ahora, no parece descabellado pensar en la necesidad futura de Cataluña de nuevos trabajadores provenientes del exterior. ¡Y qué mejor oportunidad para los vecinos españoles, y no digamos para los vecinos aragoneses!
Díganme por favor, si así lo piensan, que todo lo que planteo es demasiado bonito para que pueda ser factible, pero al menos concédanme y concédanse el beneficio de la duda. Quién sabe si en un futuro, España, Catalunya y tal vez Portugal podrían formar una Confederación Ibérica de Estados en el seno de una Unión Europea fuerte o debilitada. No olviden que la realidad siempre supera la ficción y que el win win (todos ganan) es frecuentísimo en los procesos de separación.
Podrán parecer mis razonamientos o imaginaciones demasiado materialistas, ya que no he hablado de sentimientos. Si así lo piensan, adminístrenlos cada cual según le plazca, eso sí, no se olviden de adobarlos con toda la empatía posible respecto a los que piensan diferente. Y dejen volar la imaginación, que una vez al año no hace daño. Y como escribió el poeta turco Nâzım Hikmet “Lo más bonito del mar es lo que nos queda por navegar”. Esta frase la utilizó en su discurso de investidura el nuevo presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont.
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