La reforma constitucional

Article a publicar al Diario de Teruel i/o La Comarca

                                                                                                         “José Miguel Gràcia

Son bastantes los ciudadanos que creen que ha llegado el momento de reformar la Constitución, consensuada y aprobada en 1978 por los deseos de libertad del pueblo español, después de un período largo y oscuro de dictadura y represión. Nadie duda que fueron muchas las circunstancias que concurrieron para que los preceptos de esta Constitución se estableciesen de la forma que se hizo: mucha ilusión, fervientes deseos de libertad como he dicho antes, miedo a futuros ruidos de sables, plena confianza en los partidos políticos y en sus dirigentes y un papel extraordinario concedido a los medios de comunicación, entre otras muchas razones o circunstancias. Treinta y seis años después, nuestra Carta Magna ha envejecido demasiado porque el mundo y España han cambiado de forma espectacular; esta es al menos grosso modo la impresión generalizada de un grupo importante de ciudadanos españoles.

Si observamos las democracias del mundo desarrollado, no parece que entre sus temas más candentes y necesarios se encuentren las reformas constitucionales. A tenor de lo cual una pregunta surge de inmediato: ¿Cuáles son los motivos por los cuales lo que se ve como necesario en España no lo sea para otros países? A mi modo de entender, esta aparente contradicción o excepción puede desaparecer en cuanto nos planteemos un análisis, aunque sea superficial, del comportamiento de la clase política en relación a los principios fundamentales de la propia Constitución o al desarrollo temporal de la misma. A fuer de ser sincero y aún admitiendo que son muchos los puntos de la Constitución que podrían reformarse, debo manifestar que, a mi modo de entender, la causa fundamental del deterioro de la normativa constitucional procede en su mayor parte de la falta de voluntad política en la interpretación y desarrollo que la propia Constitución admite. Unas veces se ha utilizado el miedo como freno para no abrir el “melón constitucional”, otras veces se han sacralizado los preceptos constitucionales para evitar interpretaciones abiertas, más acordes con los tiempos presentes. Los mismos que en su día no votaron la Constitución o los seguidores de sus ideas, blanden ahora las impertérritas espadas defensoras de la inmutabilidad e ininterpretabilidad de nuestra Carta Magna.

Sea como fuere, nuestra Constitución tendría que reformarse o hacer una lectura de la misma tan posibilista y abierta como aconsejan los tiempos actuales y en función de las demandas de una sociedad globalizada y de los deseos imperativos de soberanía de alguna parte, por ahora, aún de España. Rectifico mi aseveración cambiando el “tendría que reformarse” por “debería haberse reformado”. Tan es así, que desgraciadamente llegamos tarde para algunas reformas. El inexorable paso del tiempo suele restar las soluciones más adecuadas de los problemas.

Pero es que hay más: no podríamos estar en peor momento que el actual para reformar la Constitución. La involución y el deseo de retornar al pasado son bien evidentes en una parte de la sociedad española. Si hoy abriésemos el “melón constitucional”, ¿quien podría garantizar que las reformas no se realizarían en sentido opuesto a las necesarias? ¿Con un Partido Popular con mayoría absoluta en el Parlamento, una UPD, más integrista que el PP en algunos aspectos, una más que evidente debilidad del PSOE y la crisis económica como telón de fondo, qué reforma constitucional podría llevarse a cabo? Me temo que recorreríamos decenas de años hacia atrás. No es descabellado pensar que en la nueva Constitución germinaría más de una idea preconstitucional. Háganse un inventario rápido de derechos y garantías —de la mujer (aborto), seguridad, sanidad, derechos laborales, educación pública, laicidad del Estado, competencias autonómicas, descentralización, etc. etc.—, y piensen cómo podrían quedar. Me temo que no hay más cera que la que arde, y que es bien poca. Una reforma ahora, con lo que está lloviendo, equivaldría a ponernos un dogal en el cuello. Tal vez Europa podría echarnos una mano, y que no fuese al cuello, claro.”

Una resposta

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