Gran Scala

(Article publicat avui, 26 de febrer, al diari La Comarca d’Alcanyís)

José Miguel Gràcia*

Reconozco que en su momento, la noticia del proyecto de Gran Scala me pilló desprevenido: su ubicación en medio de los Monegros, el volumen de la inversión, la cantidad de hoteles, casinos, salas de juego, campos de golf, la necesidad de grandes infraestructuras para su funcionamiento, el montante de millones de euros que iba a generar y su repercusión en impuestos que mejorarían las arcas de las finanzas aragonesas, los puestos de trabajo, la masa de turismo que movería por las tierras de Aragón, etc., etc. En principio todo magnífico. Supongo que como a mí, pilló desprevenida a casi toda la sociedad, ya que tardaron en hacerse públicas algunas críticas.
Posteriormente, han ido apareciendo algunas plataformas, bastante minoritarias, por parte de grupos ecologistas, defensores del territorio y voces individuales significativas en contra del proyecto. Hay que decir, sin embargo, que no han tenido demasiada repercusión, lo cual no es de extrañar si se tienen en cuenta todas las bondades del macroproyecto.
Anduve yo pensando un tiempo entre el desconcierto, las ansias de creer en aquella gran solución de futuro para Aragón y mi necesidad de análisis crítico del milagro venido de tierras americanas como un nuevo “Bienvenido Mr. Marshall”. Confieso que no andaría yo demasiado despierto en mi capacidad de análisis y raciocinio, ya que no me pude salir con la mía. A lo único que llegué es a preguntarme: ¿dónde está el fallo o el punto flaco? De haberlo, haylo, pensé, y dejé apartado el “proyectico”.
Fue hace unos días y sin saber cómo ni por qué, cuando se me abrieron los ojos, los cuales muy entelados o legañosos los habría tenido, —perdonen mi poco cuidado y falta de elegancia en la metáfora— al no haber visto antes, el supuesto imposible, pero fundamental para el éxito del proyecto. Se han parado a pensar en la cifra de 25 millones de personas. Piénsenlo un momento y sigamos. Esta es la cifra de visitantes por año que supone el proyecto para ese lugar, al parecer todavía desconocido, en medio de los Monegros. Veinticinco millones de seres humanos, ludópatas y aventureros, llegados por tierra, mar y aire, que vendrían a vaciar sus bolsillos y los límites de sus tarjetas de crédito al paraíso de la ilusión. Veinticinco millones de seres humanos, que equivalen a 68.500 individuos cada día; i también por día, 300 aviones o 170 trenes llenos, o 1000-1200 autocares, o 40.000 automóviles, o una combinación de todas las posibilidades, tanto en verano con el achicharrante sol monegrino, como en el invierno helador de tiempos y suspiros. Descartamos la posibilidad de llegar andando, por poco realista dada la lejanía y las características climáticas a las que hemos hecho mención. Se me olvidaba: si algún día fuesen pocos las visitantes, en otras jornadas deberían multiplicarse casi por dos. Calculen los trenes, aviones, autocares y coches necesarios a tal efecto.
Promotores, entusiastas del proyecto, gobierno, partidos políticos: ¿no os habéis “pasao” un poco? A mi no me cabe la menor duda. Todos los otros motivos para la oposición al proyecto, por más coherentes y razonables que sean, se vuelven poco relevantes ante el espectacular, ambicioso e inalcanzable supuesto base de posibles visitantes. En este caso no se cumplirá aquello de que la imaginación superará la realidad, dado que, más que imaginación, es ensoñación.
¡Y si todo quedase en un casino, dos hoteles, un parque infantil y hectáreas y más hectáreas libres, compradas a unos precios, tan sustanciosos, que ningún monegrino pudo imaginar! ¡A soñar que no cuesta dinero! Gobernar es más aburrido.

*Escritor